lunes, 9 de noviembre de 2009

Política y homosexualidad

Al tratar con respeto a los homosexuales, Piñera muestra que su empeño por construir una derecha liberal sigue en pie. Si lo logra -en contra de Kast y de Larraín- no quedará más que aplaudirlo. Carlos Peña




Piñera está empeñado en brindar igualdad de trato a las parejas homosexuales. Si le creemos a las noticias, en la franja televisiva aparecerá una pareja gay. Y uno de ellos llamará a votar por Piñera.


Si ocurre, será inédito.
Las convicciones de la derecha más tradicional -la sociedad como el intento de remedar el orden natural y la política como la continuación de la moral por otros medios- se habrían ido, gracias a la simple escena de dos hombres cogidos de la mano, al tacho.
Kast y Larraín -que llevan, el primero por asimilación y el segundo por habitus social, el conservantismo en la piel- reaccionaron de inmediato.
Ambos coincidieron en que "el énfasis de la campaña de Sebastián Piñera tiene que ser el de una familia normal entre un hombre y una mujer". De otra forma -insinuaron- el electorado conservador carecería de razones para apoyar a Piñera y el triunfo "sería más difícil" ¿No comprendían acaso, quienes idearon esa escena anormal, que la derecha debe ofrecer una alternativa a la "mazamorra disolvente que promueve la izquierda como forma de organización social"?


Las reacciones de Kast y Larraín ponen de manifiesto la tenue línea que separa a los sectores liberales de los sectores conservadores.


Se trata nada más y nada menos que de la relación entre la política y la moral. Mientras los liberales piensan que hay que separar a la una de la otra; los sectores conservadores creen que hay que mantenerlas lo más unidas posibles.


Veamos.
Todos los seres humanos tienen convicciones morales más o menos firmes. Cada hombre y mujer piensa que hay formas excelsas de vivir la vida y otras que son en cambio más bien degradadas. Nadie es indiferente frente a la más vieja pregunta de la moral: ¿cómo debemos vivir? Cada hombre y mujer, de izquierda o de derecha, rico o pobre, tiene una respuesta más o menos elaborada enfrente de esa pregunta. Y se inspira en ella para vivir su vida y enseñar a sus hijos.
La diferencia entonces entre liberales y conservadores no deriva del hecho de que algunos tengan convicciones morales y otros no.


La diferencia deriva, más bien, del alcance que cada uno concede a esas convicciones.
Los sectores conservadores -Kast y Larraín son un ejemplo de esta sensibilidad que también se encuentra en la Concertación- piensan que la política debe promover la forma de vida que ellos estiman mejor o más virtuosa y desincentivar, en cambio, aquella que les parece desviada o degradada. Ellos creen que el guión del universo nos enseña que hay una forma de vida mejor que cualesquier otra -la heterosexualidad contra la homosexualidad, el matrimonio contra la convivencia- y que la tarea de la política es promoverla.


Y una pareja gay en escena desmiente esa convicción básica.


Un liberal cree, en cambio, que es valioso que cada persona intente discernir por sí misma el tipo de vida que quiere llevar. Cada uno, piensa un liberal, tiene derecho a contar con una esfera libre de todo examen cuyas decisiones deben ser acatadas. Eso incluye cuestiones relativas a la vida afectiva y a la vida sexual. Y como ellas están atadas a la identidad de cada uno, la dignidad humana exigiría respetarlas con prescindencia de la opinión que puedan merecer.


Así entonces cuando una pareja gay aparece en una franja de la derecha no se está promoviendo esa forma de vida en particular. Simplemente es una muestra que se está dispuesto a respetar las elecciones autónomas de las personas. Al poner una pareja gay en pantalla, Piñera estaría reconociendo que el deber del Estado es tratar con igual consideración y respeto a todas las formas de vida con prescindencia de cuán normales o no le parezcan al respetable público.
Kast y Larraín entonces tienen toda la razón al erizarse.


Y es que Piñera poco a poco parece estar logrando lo que soñó a fines de los noventa y que de ahí en adelante le costó tantos tropiezos: construir una derecha genuinamente liberal.
Si se mantiene en el empeño y lo logra, no habrá más que aplaudirlo.





fuente: diario el Mercurio

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