lunes, 23 de noviembre de 2009

La hora de los liberales: Carlos Peña


El viernes, la Conferencia Episcopal realizó su asamblea plenaria. E hizo público un documento pastoral. En él instó a los políticos a "apoyar la familia" y no dejarla a merced de "minorías bulliciosas u ocasionales". Se trataba, explicó Monseñor Goic, de que promovieran "la unión de un hombre con una mujer".

Casi a la misma hora, Piñera adelantó el capítulo de su franja en que aparece conversando con una pareja gay, integrante de eso que los obispos llaman "minoría bulliciosa". Ellos reclaman que se les trate con respeto y Piñera asiente, comprensivo.

Ahí tiene usted. Inédito.


La derecha -hasta ahora hegemonizada por los conservadores- emitiendo un mensaje en perfecta contradicción con la Iglesia.

¿Qué puede explicar eso que podría parecerse algún día -guardando las proporciones- a ese Viernes Santo en que Suárez legalizó a los comunistas?

Lo que ocurre es que ha surgido una porción influyente de electores que ya no ordenan sus preferencias por los viejos clivajes de la derecha y la izquierda, el Sí y el No, sino por el grado de liberalismo y modernidad que perciben en los candidatos. Y si Piñera quiere ganar -y quiere- debe atraerlos.

Los viejos clivajes siguen, por supuesto, orientando a buena parte de los electores. Todavía el respetable público se eriza -de horror o de nostalgia, según los casos- frente al menor recuerdo de la dictadura. Pero al lado de esa mayoría -que por sí sola no da el triunfo a ninguno- ha surgido una porción de votantes que se ajizan frente a otras cosas.

Y ellos decidirán el resultado de la segunda vuelta.

Se trataría -según lo muestran las encuestas- de hombres y mujeres que son liberales en los llamados temas valóricos: apoyan la distribución de la píldora, admiten la despenalización de ciertas formas de aborto, la homosexualidad no les parece vergonzante, no creen que la admisión del divorcio refleje una crisis moral, creen en las virtudes de la meritocracia. Se ríen, en una palabra, de los peces de colores. Son profesionales jóvenes, con poca aversión al riesgo, confiados en sí mismos.

Son, en una palabra, los hijos de la modernización.

Piñera lo sabe y de ahí su empeño en poner a una pareja homosexual en su franja y de aventar a las figuras del pinochetismo. También lo sabe Enríquez-Ominami y de ahí su insistencia -irá en aumento- de llamar a Piñera el candidato de los ultraconservadores. Ambos advierten que, en el margen, ese voto liberal podría decidirlo todo.

El único que no ha advertido nada de todo esto es Frei: el hombre de pocas palabras.
A juzgar por su franja -ya que no por su discurso que ha preferido mantener en secreto-, se ha empeñado en asegurar el voto que le conferiría el segundo lugar: el del pueblo concertacionista, ese que se emociona con el recuerdo de estos años.

Pero una vez que pase a la segunda vuelta, Frei tendrá que volver la mirada a esos otros sectores. Y lo mismo le ocurrirá, con mayor intensidad incluso que este viernes, a Piñera.
Ahí será la hora de los liberales.

La segunda vuelta -con prescindencia de quien gane- podrá marcar entonces un giro de largo plazo en la política chilena.

Los sectores conservadores de la derecha tendrán que retroceder. Y los liberales dejarán de dar un paso adelante y dos atrás y podrán cambiar, por vez primera en un siglo, el rostro de ese sector político. Si Piñera lo hace, habrá pasado a la historia.

En la Concertación, a su vez, perderán fuerza todos los que descreen de la modernización de estos años y aquellos otros que todavía se aferran a un cierto conservantismo moral. Será, en especial, una dura prueba para la Democracia Cristiana.

Si lo anterior ocurre -si la hora de los liberales llega-, la segunda vuelta se recordará por mucho tiempo como el momento en el que -según profetizó Marx- el cambio en las condiciones materiales de existencia de los chilenos comenzó a producir transformaciones culturales.
Los días en que -para algunos- todo lo sólido comenzó a desvanecerse en el aire.
Fuente: Mercurio
Foto: Viento Liberal

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